enero 07, 2014

La risa es cómplice en ‘Esperando la carroza’ El Nuevo Herald-Critica 2013

La risa es cómplice en ‘Esperando la carroza’

 
 

Fred Karis, Victoria Murtagh y Pablo Porras en 'Esperando la carroza'.
Fred Karis, Victoria Murtagh y Pablo Porras en 'Esperando la carroza'.
Héctor Gabino / El Nuevo Herald

Especial/El Nuevo Herald

Con ajustado pulso narrativo y un ritmo adecuado a las exigencias de la obra, Cirko Teatro ofrece en la sala Bellas Artes, la obra Esperando la carroza, del rumano-uruguayo Jacobo Langsner. Este título (inseparable del mítico filme argentino que estrenó Alejandro Doria en 1985 con guion suyo y del propio Langsner) realiza una atinada oferta a los seguidores del teatro en español porque combina la calidad del texto original y su potencial humorístico.
Mediante un argumento simpático y cruel a partir de una familia compuesta por tres matrimonios y cuatro niveles económicos diferentes, donde aparecen una anciana delirante –la inolvidable Mamá Cora– y sus cuatro hijos con sus respectivas familias, se desarrolla una discusión entre los hermanos para determinar quién se llevará la vieja a vivir en su casa. Los enredos que de aquí resultan, terminan por generar una agudísima crítica contra la hipocresía y la deshumanización.
Esta comedia negra dirigida por Alejandro Vales descansa sobre un correcto diseño de personajes, garantía de variedad y fluidez para la representación. Además, se agregaron movimientos, intenciones y juegos físicos que buscan aumentar la comicidad en función de diversos segmentos de público.
Sin embargo, el presupuesto principal del montaje es la referencia a la película de Doria que se desprende de las actuaciones y otros aspectos visuales del espectáculo. Pero si lo anterior regala cierta coherencia, también limita el vuelo artístico a una escritura que sufre con la ligereza de la comedia típica pues su diversión emerge de situaciones minuciosamente construidas desde la perspectiva del grotesco criollo rioplatense. Dicho costumbrismo une el ridículo y el dolor a la burla y la desgracia, como si la tragedia consiguiera disfrazarse de comedia.
El espectáculo de Vales suaviza la densidad humana, mientras refuerza algunos aspectos sociales sin perder, carcajada tras carcajada, morbo, cinismo ni entretenimiento, en tanto no disminuya la gracia individual de los actores o la exageración paródica asociada al diseño, a ratos coreográfico, de gestos, expresiones y movimientos. Predominan los recursos circenses del clown y algo que recuerda las técnicas interpretativas de la biomecánica sin dañar una concepción casi realista.
Aunque las actuaciones son bastante orgánicas, aún necesitan mayor elaboración psicológica de acuerdo a la dramaturgia donde se mueven. Sin embargo, las incorporaciones de Elvira (Jessica Alvarez Dieguez) y Susana (Victoria Murtagh), esposas de Sergio (Alejandro Vales) y Jorge (Fred Karis), crean un inteligente duelo femenino que mueve el relato y la comicidad de toda la obra. El matrimonio de los esposos adinerados que forman Antonio (Claudio Giudice) y Nora (Carolina Laursen) aporta un contraste valioso en términos de sátira social. Mamá Cora (Pedro Pablo Porras) subraya la expresión de lo grotesco. Emilia (Mariel Pini), única hija de la anciana, y Matilde (Yanina Aranes), hija adolescente de Elvira y Sergio, perfilan con sus caracteres el atormentado cuadro familiar que nos atrapa entre una risa cómplice y la sensación típica de la cuarta pared: husmear en las intimidades de unos personajes, cuya familia representa no solo la Argentina de la década de 1980, sino ese panorama cultural iberoamericano del cual muchos procedemos.• 

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